La casa se eleva como lo haría un niño, sobre un taburete quizás.
Y mientras trata de enderezarse se vuelve otra cosa: un insecto, una escalera, vértigo que se enrosca en la barriga, líneas zurdas, malabarista.
El minutero se mueve y nace esta pintura tan delgada, tan silbido, que por eso se la ofrezco al viento.
Si la ven volando enredada, ofrézcanle apoyo, denle una nube.